domingo, 27 de febrero de 2011

Capítulo 4- Visiones

Los días pasaban lentamente. Se me hacían eternos debido a la rutina y al sueño acumulado de todas las noches sin dormir por aquellas pesadillas que de vez en cuando, se repetían. Un día, en la clase de matemáticas, caí redonda al suelo. Cuando me desperté estaba en el baño del instituto con media sala de profesores a mí alrededor. Me incorporé hacia adelante para sentarme en el suelo mientras que miles de ¿Estás bien? me trituraban la cabeza.

-Dejadme sola por favor.
-Pero si te acabas de despertar, podría pasarte otra vez.
-Me refresco la nuca y listo.
-Está bien, pero vuelve a clase después de encontrarte mejor.

Por fin me dejaron sola. Me miré al espejo, estaba tan pálida como la nieve, unas ojeras que parecían berenjenas, y los pelos electrocutados. Presioné el grifo, y me incliné para beber agua y mojarme la cara. Cuando me levanté vi a aquel hombre que casi me atropella con el coche me giré sobresaltada pero ya no estaba. ¿Por qué la veía todos los días a todas horas? ¿Habría convertido aquella mañana en un trauma? No quería saberlo, simplemente coger aire y echarlo de la misma manera. Me incliné de nuevo para beber agua, de repente, una mano grande me tocó el hombro. Giré rápidamente la cabeza  para ver quien era. Resoplé al comprobar que era un amigo mío preguntándome qué me había pasado. Estuvimos charlando un rato y cuando sonó el timbre me despedí de él, cogí mi mochila y me fui a la siguiente clase. Llegué al pasillo de la aula 39. Un agudo chillido se me clavó en mi oído haciéndome guiñar un ojo para expresar mi incomodidad. Era Laura, una de mis amigas, me miró de arriba abajo y me recordó el mal aspecto que tenía, era su don el de decir las cosas que le pasaban por la mente. Seguidamente se acercó Claudia, era una de mis mejores amigas hasta que se separó de nosotras por tenerse que ir con su padre un trimestre entero, grité con alegría al verla de nuevo en el instituto. También me preguntó que qué tal estaba y me dejo el peine socorrido que siempre llevaba en la mochila y una goma de pelo de su muñeca. Se me pasó volando la clase de sociales, ya que teníamos un examen y terminé tres minutos antes de que sonara de nuevo el timbre para irnos a casa. Llegué a casa y me senté a comer, bueno a comer no, simplemente rechacé las alubias que estaba encima de la mesa. Mi madre se fue a Valladolid, tenía que comprar un no sé que para mi primo. Me encerré en mi habitación, volumen y me encendí un cigarro al lado de la ventana abierta de mi cuarto escuchando esta vez a todo volumen  Lo nuestro (Fondo flamenco)
Cada calada que daba era simplemente para olvidar lo que había visto esta mañana en el espejo del cuarto de baño del instituto, esa cara tan peculiar y esa voz tan grave las tenía grabadas en la cabeza de tal manera que incluso veía visiones. Me froté los ojos, cerré la ventana y miré i cuarto de izquierda a derecha. Terminé los deberes, me tumbé en la cama y miré detenidamente al techo. Me metí a la ducha, se me estaban pasando demasiados pensamientos como para seguir ahí, mirándolo sin hacer nada. El agua caliente relajaba mi cuerpo después de un día tan intenso. Eso era lo único que me apetecía, relajarme y dormir bien, aunque eso era difícil teniendo las pesadillas que tenía todas las malditas noches. No me arreglé el pelo, simplemente me lo sequé sin tener cuidado en como me quedaba, total, con un simple recogido se podía disimular perfectamente. Intenté hacer la cena, pero se me quemó la sartén y los filetes, me puse histérica cuando vi que empezó a salir fuego de la sartén así que cogí un vaso lo llené de agua y lo volqué encima, aunque lo suyo hubiese sido echar un paño por encima. Aquel día me acosté reventada, sin cenar, con las ojeras marcadas y una cara de pocos amigos.

viernes, 25 de febrero de 2011

Capítulo 3- Noches eternas

No pude dormir y en la calle hacía buena temperatura, con lo cual, cogí una manta por si me entraba frío y me salí al patio, pasando previamente por la cocina para coger una lata de cerveza. Cogí mis auriculares y mi mp4. Esta vez sonaba When you're gone (Avril Lavigne) No sabía exactamente por qué, pero mientras miraba las estrellas de aquella noche tan bonita, en la que no había ni una sola nube, tan sólo oscuridad y estrellas, me sentía identificada con esa canción. Todo lo que tube que sufrir el año pasado, todas aquellas palabras o míseras frases que hacen sentirse a cualquiera como si no fuese nada, como si no hubiese pasado nada malo si no hubieras nacido, de ese tipo de palabras que tube más que de sobra el año pasado, tal vez por eso me sentía identificada, o tal vez porque me creía estar en el video clip de esa misma canción. Di un trago a la cerveza, paso una canción, otra, otra, y otra, y así hasta aparecer el alba, viendo cada pequeño pasito que daba el Sol hasta ese cierto punto que me pareció que me guiñaba un ojo. Me levanté de las escaleras del patio, tenía el culo dormido, supongo que sería de estar toda la noche sentada en el mismo sitio sin inmutarme. Me di cuenta de que era viernes entonces hice todo con más ganas. Me quería relajar, pero no podía hasta el segundo recreo, ya que tenía las cuatro primeras horas exámenes. Ya llevaba dos días sin morderme las uñas, así que, lo poco blanco que tenía lo recorté con los paletos. Quedé con mis amigas para salir por la tarde y aunque sea siempre lo mismo, me ayuda a despejarme de los estudios y esta es la rutina: Litrona y acera, sí, una simple litrona de cerveza con la que pasabamos toda una tarde con ella de la mano, hablando tranquilamente y luego, irnos a casa. Las típicas noches de los viernes son: conectarse al tuenti y sólo leer -Pero,¿por qué no sales por la noche? - te dicen. -No me apetece, aparte estoy castigada. -Esa es la respuesta de los viernes por la noche. Me fui a dormir, la televisión me estaba atontando mientras que estaba tumbada en el sofá. Subí las escaleras y escuché la voz grave de aquel hombre que casi me atropella con el coche aquella mañana de un miércoles. Miré hacia atrás rapidamente, pero sólo veía la oscuridad que dejaba atrás al apagar la luz del salón. Me giré, pegué un salto tremendo al ver a mi padre delante de mi diciendo me que fuera a la cama, que ya era muy tarde. Me tumbe y cerré los ojos.

<<Abrí los ojos, me situaba en una habitación muy simple, paredes blancas, parecía que tenían placas acolchadas, como las de los manicomios, pero esta habitación no tenía puerta, no tenía salida, creo que ni siquiera tenía un agujero para los cables de la lámpara fluorescente que estaba justo en el medio de esa habitación, de repente escuché un ruido, se calló unos trozos de la pared, mi corazón empezó a latir cada vez más rápido. Las paredes de aquella habitación se empezaron a mover milímetro a milímetro. Me puse histérica, empecé a moverme rápidamente buscando una salida, las lágrimas se me saltaban de los ojos al verme atrapada en una sala y cara a cara frente a la muerte. Había 10 cm. desde mi cadera derecha hacia las paredes empecé a moverme hacia la izquierda. De repente se paró, suspiré como nunca, caí rendida al suelo, a los tres minutos se empezó a mover la pared de la izquierda, mi corazón ya no podía más, me iba a estallar el pecho de tal angustía que tenía en el cuerpo. Intenté escapar trepando, pero las paredes resvalaban. Cerré los ojos y grité como una loca mientras las paredes me rompían todos los huesos>>

Me desperté sudando de aquella maldita pesadilla, cogí el móvil, miré la hora, todavían marcaban las cuatro de la mañana, resoplé y dejé caer todo mi cuerpo encima de la almohada. Cerré de nuevo los ojos, pidiendo a Dios, o lo que sea que haya ahí arriba, que me dejara dormir aquella noche en paz o por lo menos lo que quedaba de ella. Estaba harta de no poder dormir nunca por las malditas pesadillas que tenía todas las noches, siempre diferentes, creo que mi imaginación no tiene límites en estas formas de sufrir por inercia o tal vez sólo esté delirando, es muy tarde como para pensar.

jueves, 24 de febrero de 2011

Capítulo 2- Pesadillas.

Abrí los ojos otra vez, ese maldito despertador me retumbaba como un taladro en la cabeza. Empieza otra vez mi rutina: Ducha, desayuno, peine y ropa, mochila y en  camino hacia la cárcel obligatoria, instituto lo suelen llamar.
Cuando llegué todos me miraron sorprendidos, me dieron un abrazo y me preguntaron que qué tal estaba. En ese momento  recordé lo cotilla que es la gente aquí.
Una amiga mía tenía los ojos llorosos, me agarró de la mano, me la subió hacia arriba y me dio una vuelta, debí mirarla con una cara extraña, porque me preguntó que qué pasaba. Sonó la campana una vez más, fui lentamente a mi sitio mientras que los demás se quedaron en la puerta esperando al profesor. Pasaron las dos primeras horas de clase, fui a la cafetería y me compre una bolsa de pipas, el estrés que te causan más de cuarenta personas preguntándote “¿Te has roto algo?” Las pipas para mí, un invento divino contra el estrés, ya que las uñas las tengo demasiado comidas como para seguir mordiéndomelas.
Salí de la cafetería mirando al suelo, cuando fui a abrir la puerta que comunica al patio me choqué con alguien, no supe quien era hasta que mire hacia atrás, vi a un chico moreno con ojos azules, sabía quien era, pero no me hablaba con él. Tras cuatro horas más de sufrimiento delante de una pizarra llegué a casa, no comí nada, tan sólo cerré la persiana, puse música y me tumbé en la cama conseguí dormirme.

<< Era una habitación oscura, con una vela que se fundía lentamente en una esquina, la cogí lentamente, con miedo a que tuviese algún mecanismo que pudiera activar algo mortal. De repente, se encendieron las luces, una puerta se abrió en frente de mis narices, empecé a correr para salir de esa pequeña sala que causaba claustrofobia. Salí de esa diminuta habitación llegué a un pasillo con paredes rojas y con una iluminación cálida. Seguidamente vi otra puerta al final de aquel estrecho pasillo, se abrió sola, o eso pensaba, hasta ver claramente una persona vestida de negro, me miraba fijamente a los ojos, los suyos, de color verde grisáceo, me estaban acojonando. De repente vino hacia a mi con un chuchillo, corriendo. Empecé a correr y a gritar hasta quedarme sin voz, me di cuenta de que, en ese lugar, estaba sola, nadie me podía oír, vi nuevamente una luz tras una puerta, miré hacia atrás para ver si seguía ahí y efectivamente, seguía corriendo detrás de mi. Abrí la puerta de una forma nerviosa y rápida. Aquel hombre intentó abrir la puerta a golpes, yo me puse detrás para intentar bloquearla, una voz grave, como la de aquel conductor del otro día, pronunciaba mi nombre. Encima de un mesita pequeña de madera, la única parte iluminada de toda la habitación, había una BERETTA 92. La cogí, mi mano no controlaba la pistola, estaba temblando como un flan. No sabía que hacer, apuntaba hacia la puerta hasta que de repente encontré la pistola al lado de la sien, mi dedo apretó el gatillo y..>>

Abrí los ojos, lo único que puedo pensar es, que mi mente tiene en un rincón una máquina que se inventa pesadillas diferentes todos los días. Miré la hora del móvil, como de costumbre, lo miré pero no me enteré, con lo cual volví a mirar eran las siete de la tarde, me metí de nuevo en la ducha empecé a pensar lo del sueño, el por qué me volé la cabeza en vez de disparar al psicópata que me perseguía por un pasillo estrecho.
El agua empezó a salir fría lo apagué y me fui a secar el pelo, cené y me fui a la cama, no tenía ganas de seguir pensando en alguien más, pero a la vez me fui con lentitud la que anticipaba el miedo a volver a soñar tal barbaridad.

Capítulo 1

<<Estaba sola, sola en un lugar abstracto, con un fondo azul cielo, manchones amarillos y agujeros negros, lo único que veía era oscuridad, y esos colores llamativos que me dañaban la vista al alzar la mirada. Empecé a buscar una puerta, una salida por la que poder salir de ese extraño lugar, del que me sentía tan sola y aterrorizada como una rata en un laboratorio...>>


¡RIIIN!


Era el despertador, ese maldito sonido que escuchaba todas las mañanas a las siete, la alarma que me indicaba que ese día iba a ser igual que los demás, aburrido y rutinario. Abrí los ojos. Lo único que podía ver era era el techo de mi habitación muy borroso. Mientras me frotaba los ojos escuchaba desde la otra punta de la casa a mi hermana diciéndome que ya era hora de que me levantara.
Encendí la ducha. Me metí y empecé a mojarme con el agua caliente que salía de la alcachofa. Empecé a pensar porqué todas las noches tenía esas malditas pesadillas de las que me levantaba sudando.
 Salí de la ducha, me arreglé y me fui al instituto.
En la primera hora: música, era lo que me faltaba, aguantar al viejo cascarrabias de mi profesor, aquel que me suspendió la primera evaluación y lo que de verdad me fastidiaba, intentar llegar a un  fa agudo un miércoles a primera hora de la mañana. En la segunda hora: lengua, me quedaba dubitativa, pensando en por qué estaba hasta las narices de todo. Sí, no me podía quejar, mis notas no son tan malas, tengo unos amigos de diez y en la familia, bueno en la familia es un caso a parte, pero ya no podía más, estaba harta, las cosas me superaban. Cogí la mochila, las llaves y me fui nada más acabar la clase.
No quería irme a casa, simplemente despejarme de toda la rutina que llevaba acomulada, de esas ganas de gritar, de correr, de ser libre. Fuí al Mercandona, me compré una litrona de cerveza y me fui al parque. Me tumbé en una esplanada con la hierba fresca y verde. Abrí la litrona seguidamente de encenderme el cigarro de LUCKY STRIKE. Me puse a beber y a darle caladas al cigarro. Observaba las nubes. Hoy tenían un especial atractivo, parecía que me querían decir algo. Levanté la espalda de la hierba, de modo que me quedé sentada. Cuando me quise dar cuenta, ya no había cerveza: ni una sola gota. Miré el reloj y eran ya las dos de la tarde. Me levanté, me puse la mochila en la espalda y me fui andando, abandonando allí, ese parque en el que había malgastado toda la mañana de un miércoles. Tenía un contentillo en el cuerpo que me hacía reirme por los cantos de los pájaros. De repente, me di cuenta de que tenía el móvil en el bolsillo. Puse la lista de reproducción y empecé a escuchar la primera canción de la lista (In the mourning- paramore). Me entretuve desenrollando los cascos mientras cruzaba la carretera del arroyo. En aquel mismo instante oí el sonido de un coche, miré hacia la derecha y ahí vi al conductor de un volkswagen 5.0 negro, muy elegante. El conductor tenía cara de sorpresa, apretándo aparentemente lo más fuerte posible el pedal del freno. Cerré los ojos. Las piernas no me reaccionaban, estaba como en una especie de estado de shock. Abrí los ojos, el coche estaba a cinco centímetros de mi cadera. El conductor del coche, parecía ser empresario. Bajó rápidamente de su coche, agarrándome firmemente para que no me cayera al suelo del susto.


-¿Estás bien? ¿Te he hecho daño? ¿Necesitas que te lleve a algún lado? Estás muy pálida- Tantas preguntas con esa voz grave, me estaba aturdiendo la cabeza. Intenté responder a todas sus preguntas.
- Sí, estoy bien, tan sólo un poco sobresaltada por el susto. No hace falta que me lleves a ningún lado, prefiero irme a casa andando y despejarme un poco de esto que acaba de pasar.
-No enserio, monta en el coche y te acerco un poco a tu casa.
-Está bien, pero no está muy lejos.


Me llevó en coche hasta mi casa, abrí la puerta y suspiré como si nunca hubiese suspirado mientras me apoyaba en la puerta. Mi madre se acercó y me miro con una cara malhumorada. Rápidamente, me fui a mi cuarto a pensar todo lo que me había pasado durante todo el día: desde que escuché el despertador, hasta escuchar la grave voz del conductor de ese volkswagen. Cuando pestañeé, una lágrima caía desde el lagrimal de mi ojo hasta el doblez de mi cara en el que se juntaban la parte superior del labio y la nariz. Un típico "Ven ha cenar" se escuchaba no muy lejos de mi habitación. Admiré la rapidez con la que pasó todo el día, en un abrir y cerrar de ojos, estaba cenando. Cogí el ordenador, le conté a un buen amigo lo que me pasó. Había partido, con lo cual no comentó lo más mínimo de lo sucedido. Cerré la tapa del ordenador con cierta rabia y me fui a la cama. No tenía muchas ganas de hacer nada, es más, estaba agotada, aunque sin saber bien por qué. Abrí la cama y cerré los ojos mientras apoyaba mi cabeza sobre la almohada.